jueves, 1 de diciembre de 2011

-No quiero que ésta sea la última vez que nos veamos...
+No va a serlo, te lo prometo.
-Pero... ¿y si lo es?
+Entonces es nuestra obligación que sea inolvidable.

viernes, 25 de noviembre de 2011

El colectivo estaba a punto de pasar la autopista, lo que significaba que debía bajar y que, quizá, eran los últimos instantes que compartiríamos juntos. Lo miré a los ojos y le dije: "¿Sabés que puede ser la última vez que te vea en la vida, no?". Me tomó la mano, sosteniendo su mirada con la mía por primera vez en todo el tiempo que nos conocemos, y me dijo: "No es la última. No quiero que sea la última. No te vayas nunca de mi lado" y en la oscuridad que produjo la autopista, que se suponía breve, me besó suavemente los labios y el sol se apagó para nuestros ojos, para siempre...

miércoles, 17 de agosto de 2011

Miércoles 17 de agosto. 07:45 am.:
(Suena Mr. Saxo Beat). "Te voy a extrañar. Te amo".

jueves, 28 de julio de 2011

Aquella mañana fue igual a todas, pero diferente. Ninguna mañana era igual a la anterior para mí, sólo por comartirla con él. Me levanté más temprano que él, como siempre. Y preparé el desayuno. Cuánto esmero puse. Modestamente soy una buena cocinera, pero siempre quiero que todo esté perfecto cuando se trata de él. No hay una sola vez que no halague mis platos. Viste cómo somos las mujeres, inseguras. Y a mi inseguridad sumale que soy perfeccionista... y estoy enamorada.
Le preparé el café como a él le gusta, con crema. Para mí me hice un té de frutos rojos, que siempre me fascinó. Puse a hacer unas tostadas, controlando todo el tiempo que no se me quemasen, a veces me olvido y se me queman... y a nadie le gustan las tostadas quemadas. Llevé todo a la mesa del comedor, ésa que estaba frente al balcón que tenía vista al río. Supe que faltaban pocos minutos para que se despertase, teníamos esa conexión, así que decidí no llevárselo a la cama. Los dos somos un poco torpes y siempre volcamos algo.
Como si hubiera leído mis pensamientos, se despertó, supongo que por el olor a tostadas y a café. Me abrazó por detrás y me dio un beso tierno y soñoliento en el cuello. Y se quedó así, apoyado en mi hombro, abrazado a mí, como esperando despertarse quizás. Me di vuelta para besarlo en los labios, yo sabía que era la única forma de despertarlo. Me dijo "buen día, mi amor" y yo le deseé un buen día también. Nos sentamos y charlamos un rato. Hacía muchos años que estábamos casados ya, casi seis, en esta época no es muy común ver un matrimonio que dure tanto, y sin embargo no perdíamos la costumbre ni los temas de conversación eran finitos. Después de un rato, sabíamos respetar la intimidad y la libertad del otro y nos sumíamos en nuestros propios pensamientos o en diversos quehaceres. Por la mañana me gustaba hacer el crucigrama que venía en la contratapa del diario, luego de leer la sección cultural. Y a él le gustaba devorarse el suplemento económico.
Éramos una linda pareja, un lindo equilibrio de diferencias y similitudes y un complemento de perfecto encastre. Pensándolo bien, creo que éramos como esas parejas de las novelas, tan perfectas que no pueden existir en la realidad... Qué va, a mí me gustaba vivir con él. Ya no puedo volver a vivir, ya no podemos, porque ya estamos muertos. Pero si pudiera volver a nacer, me volvería a casar con él. Sí, lo haría.

viernes, 22 de julio de 2011

Puedo recordar...

... una tarde de septiembre de 1920 y tantos, con aquellos primeros calores que trae consigo la primavera. Llevo puesta una pollera tiro alto color beige que hace juego con el blazer sobre mi camisa de seda italiana blanca. Me miro largamente los zapatos también beiges. Me gusta verme cuando uso zapatos. Me gusta el ruido que hago al caminar completamente erguida y agradezco al pensar que de haber nacido algunos años antes, mis zapatos no podrían verse a causa de los largos vestidos. Estoy sentada en una galería con piso de mármol blanco. Tengo en mi frente unas bellísimas columnas jónicas anaranjadas. Hay un árbol que impide que todos los rayos del atardecer lleguen a mí. Por su aroma creo que es un eucalipto. Suena Edith Piaf de fondo... Me esfuerzo por recordar cuál es exactamente. Tarareo la melodía para ayudar a mi mente. "Quand il me prend dans ses bras, il me parle tout bas, je vois la vie en rose". Ésa es. La vie en rose. Qué hermosa voz. 
Escucho una risa a mis espaldas y me volteó. Era ella. Con sus anteojos de sol de marcos blancos y su pelo infinitamente negro. Era ella, sí. Palidecí ante su presencia y mis mejillas enrojecieron a causa de la vergüenza que sentí por que ella me hubiese escuchado cantar. Me paré y la saludé. Recordé sus costumbres europeas y le besé la otra mejilla. Nos sentamos y, té de por medio, empezamos a hablar. Tenemos muchísimo en común, sobre todo la literatura. Es una mujer inteligentísima y la admiro. Sé que podría pasar días enteros hablando con ella y no cansarme.
Nuestros maridos estaban en el despacho del suyo, hablando de negocios, como todos los hombres. Entre lágrimas de emoción y sonrisas logra confesarme que tiene un amante y que por primera vez en la vida se siente mujer. Noto su emoción y me siento a su lado. Puedo comprenderla porque mi marido me hace sentir así, pero ella no tuvo esa suerte. Me pidió lógica discresión, yo era la única persona en el mundo que lo sabía además de ellos dos. No sé por qué me eligió a mí para cargar con semejante historia. Pero me puse feliz por la confianza que me dio. La admiraba inmensamente, incluso desde antes de conocerla. 
Al despedirnos, la abracé amistosamente y ella supo que su secreto estaba bien guardado en mí. Mi marido se alegró, pues se había asociado con el marido de ella y nos veríamos seguido.

sábado, 16 de julio de 2011

¿Cómo he de hacerte comprender que la misma vía, el mismo tren hoy te alejaron del andén donde yo siempre te esperé y tu equipaje de tristeza se quedaba en la estación cuando marchabas de mi lado?

Un año.

Luego de compartir toda la mañana juntos, llegó la hora de volver a nuestras casas. Yo estaba ansiosa, no estaba triste. Era un hasta luego, no una despedida. Sabíamos que volveríamos a vernos, quizás dos días después...
-Te voy a extrañar mucho- dijo con sus ojos perdidos en los míos.
-Son solamente un par de días. Después me vas a tener las dos semanas enteras- dije con una sonrisa que no dejaba ocultar mi estado de felicidad. Era un día muy esperado para mí y no supe ver la tristeza que había en sus ojos. Era muy introvertido y le costaba a veces abrirse, incluso conmigo.
Entonces sin pensarlo me abrazó en el aire, fuerte, profunda y dulcemente como sólo él sabía hacer. Y tuve que contenerme para no llorar puesto que, si bien serían dos días, iba a extrañarlo porque él, con ese abrazo, terminó de instalarse en mi corazón... Para siempre.