jueves, 28 de julio de 2011

Aquella mañana fue igual a todas, pero diferente. Ninguna mañana era igual a la anterior para mí, sólo por comartirla con él. Me levanté más temprano que él, como siempre. Y preparé el desayuno. Cuánto esmero puse. Modestamente soy una buena cocinera, pero siempre quiero que todo esté perfecto cuando se trata de él. No hay una sola vez que no halague mis platos. Viste cómo somos las mujeres, inseguras. Y a mi inseguridad sumale que soy perfeccionista... y estoy enamorada.
Le preparé el café como a él le gusta, con crema. Para mí me hice un té de frutos rojos, que siempre me fascinó. Puse a hacer unas tostadas, controlando todo el tiempo que no se me quemasen, a veces me olvido y se me queman... y a nadie le gustan las tostadas quemadas. Llevé todo a la mesa del comedor, ésa que estaba frente al balcón que tenía vista al río. Supe que faltaban pocos minutos para que se despertase, teníamos esa conexión, así que decidí no llevárselo a la cama. Los dos somos un poco torpes y siempre volcamos algo.
Como si hubiera leído mis pensamientos, se despertó, supongo que por el olor a tostadas y a café. Me abrazó por detrás y me dio un beso tierno y soñoliento en el cuello. Y se quedó así, apoyado en mi hombro, abrazado a mí, como esperando despertarse quizás. Me di vuelta para besarlo en los labios, yo sabía que era la única forma de despertarlo. Me dijo "buen día, mi amor" y yo le deseé un buen día también. Nos sentamos y charlamos un rato. Hacía muchos años que estábamos casados ya, casi seis, en esta época no es muy común ver un matrimonio que dure tanto, y sin embargo no perdíamos la costumbre ni los temas de conversación eran finitos. Después de un rato, sabíamos respetar la intimidad y la libertad del otro y nos sumíamos en nuestros propios pensamientos o en diversos quehaceres. Por la mañana me gustaba hacer el crucigrama que venía en la contratapa del diario, luego de leer la sección cultural. Y a él le gustaba devorarse el suplemento económico.
Éramos una linda pareja, un lindo equilibrio de diferencias y similitudes y un complemento de perfecto encastre. Pensándolo bien, creo que éramos como esas parejas de las novelas, tan perfectas que no pueden existir en la realidad... Qué va, a mí me gustaba vivir con él. Ya no puedo volver a vivir, ya no podemos, porque ya estamos muertos. Pero si pudiera volver a nacer, me volvería a casar con él. Sí, lo haría.